Otros de interés

* 2011 ¡El año de la Diversidad Genética Humana?
Aunque a menudo estoy de acuerdo con los  fines de la Corrección Política, estoy convencido de que ésta tiene un lado oscuro y que muchas veces acaba teniendo un efecto exactamente contrario al que se pretendía. Por ejemplo, cuando nos referimos  a los ciegos como “personas con visibilidad limitada”, éstos pueden  sentirse aun más marginados por ello ¿acaso su condición es tan horrible que tenemos que usar un circunloquio para referirnos a ella? Yo creo que lo ciegos no necesitan Corrección Política, sino instituciones como la ONCE que les ayuden de verdad.
La Corrección Política ha hecho un daño incalculable al estudio de la diversidad genética humana, relegando a esta disciplina en la creencia (comprensible pero absurda) de que el mero reconocimiento de que existen diferencias genéticas en nuestra especie supone apoyar al racismo. En este blog mantenemos la idea de que la diversidad genética humana es algo para celebrar, no para esconderlo debajo de la alfombra. Sobre todo, si tenemos en cuenta que somos una especie muy homogénea genéticamente, ya que descendemos de una pequeña población africana que existió hace unos 200.000 años.
No obstante, algunos humanos salieron de Africa hace unos 80.000 años y se extendieron por el planeta ocupando muchos hábitats diferentes. En este proceso,  tuvieron que adaptarse genéticamente y culturalmente a los enormes retos que planteaba la supervivencia en estos nuevos lugares. Hasta hace muy poco, no se sabía casi nada de la evolución humana reciente, pero esta situación ha dado un vuelco en los últimos años con el descubrimiento de varios genes que parecen haber evolucionado en los últimos 50.000 años o menos. Por fortuna, parece que el tabú se ha levantado de una vez.
Un trabajo muy reciente publicado en Science nos cuenta cómo los pueblos tibetanos se han adaptado a vivir a más de 4.000 metros de altitud. Esto se debe, al parecer, a una mutación en el gen EPAS1  (Science. 2010 Jul 2;329(5987):75-8) que regula la percepción del oxígeno en en el cuerpo. Esta mutación debió resultar muy ventajosa, ya que se encuentra en el 90% de la población tibetana y tan sólo en el 10% de la (genéticamente cercana) población Han, que habita a nivel del mar.
Otra historia interesante nos la cuenta Mark Stoneking del Instituto Max Planck de Leizpig. Este equipo ha identificado un gen llamado TRPV6 , que regula la captación de calcio en el intestino (Proc Natl Acad Sci U S A. 2010 May 11;107 Suppl 2:8924-30. Epub 2010 May 5 ). Se han encontrado 23 variantes de este gen entre los europeos. Esta distribución sugiere la hipótesis que las variantes europeas se originaron en Africa, pero fueron seleccionadas posteriormente en poblaciones ganaderas al permitir una utilización más eficaz de la leche. De manera que este gen habría co-evolucionado con el que permite la utilización de lactosa en adultos (más info aquí).
El desarrollo de la agricultura supuso un cambio drástico en la dieta de nuestros antecesores, el cual pudo propiciar la selección de alelos que permitieran una mejor utilización del alimento y esta selección pudo producirse en poblaciones diferentes. Examinando los datos procedentes de individuos europeos y de oriente próximo se encontró que ambos grupos poseen una variante del gen PRLP2, el cual permite la rápida utilización de las grasas vegetales (PLoS One. 2008 Feb 27;3(2):e1686. ). Cuando se compara la frecuencia de este alelo en poblaciones distintas adaptadas y no-adaptadas a la agricultura, el resultado sugiere fuertemente que se trata de una adaptación a las nuevas condiciones (véase la figura adjunta).
Sin duda, la demostración de estos cambios representan genuinas adaptaciones al medio y no son una mera consecuencia de la frecuencia de dichos alelos en la población fundadora no es una tarea fácil y requerirá muchos años de trabajo, así como herramientas estadísticas sofisticadas. No obstante, hay una buena noticia para los investigadores de este campo (y por extensión para todas las personas interesadas en la Evolución Humana). El próximo mes de diciembre se harán públicos los resultados del Proyecto “1000 Genomes”. Mil genomas humanos de diversos orígenes étnicos serán accesibles en las bases de datos, lo cual permitirá sin duda encontrar nuevos casos de evolución humana reciente.
NOTICIAS SOBRE CIENCIA (DE PABLO RODRIGUEZ PALENZUELA)
* Biodiversidad en peligro
En los próximos meses, a menos que alguien lo impida, se producirá la mayor pérdida (evitable) de biodiversidad ocurrida en  los últimos 50 años, y esto sucederá – paradójicamente – en el así declarado año de la Biodiversidad.
No se trata de un enclave de la selva amazónica o de la sabana africana. El lugar se encuentra del término municipal de San Petersburgo y contiene una de las colecciones de germoplasma mayores del mundo, incluyendo más de 4000 variedades de “frutas del bosque” (grosella, arándano, fresa).
La pérdida de razas y variedades de animales y plantas domésticos no suele ocupar titulares en los periódicos, pero supone una pérdida grave no sólo por la disminución de la biodiversidad (algo negativo en sí mismo), sino porque estas variedades, seleccionadas a lo largo de los siglos, pueden tener una importancia capital en un futuro próximo, cuando la agricultura tenga que adaptarse a un planeta más cálido.
La estación experimental Pavlosk contiene la colección iniciada por el grandísimo genetista ruso Nikolai Vavilov, considerado el padre de la Mejora Genética Vegetal. Vavilov fue, además un mártir de la causa, ya que murió por defender la Genética, una pseudociencia burguesa durante la dictadura de Stalin.
Desafortunadamente, los terrenos que ocupa la estación van a ser destinados a una operació inmobiliaria de gran envergadura. Lo peor es que la cosa tendría arreglo, en principio. Trasladar la colección no es tarea fácil, pero podría abordarse, aunque hacen  falta medios y voluntad política. Hasta ahora, el tándem Putin/Medvedev ha desoído todos los llamamientos nacionales e internacionales al respecto.
En teoría, trasladar una colección de semillas parece sencillo pero no lo es. Muchas de las variedades tienen que conservarse como plantas adultas, de las que se obtienen estaquillas. En otros casos, las semillas tienen una viabilidad limitada y no admiten congelación. Buena parte de la colección tiene que ser sembrada periódicamente para su mantenimiento. Por otro lado, las regulaciones en sanidad vegetal hacen difícil su traslado rápido a otros países.
Si se produce la muerte anunciada de la colección será un acto de barbarie comparable a la destrucción de los Budas de Afganistán, sólo que más estúpido, dado el enorme valor económico potencial de la misma.
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* Chimpancés belicosos
La existencia de las “guerras de chimpancés” supusieron un “schock “para la comunidad científica, más tarde llevado a la literatura por William Boyd en su famosa novela “Brazzaville beach“. Desde entonces, las pruebas sobre esta conducta han ido acumulándose y ya nadie en su sano juicio podría negarla (negacionista hay siempre, claro).  Lo más terrorífico es la “actitud deliberada” de los chimpancés cuando inician un raid: caminando en fila india, en silencio, deteniéndose de vez en cuando. Resulta muy difícil pensar que los chimpancés no sepan a lo que van, aunque lo hagan a su manera no verbal. La idea de intencionalidad me parece irrestible aquí.
El estilo de lucha suele ser bastante cobarde y, característicamente, esta actividad está limitada casi exclusivamente a los machos. Un vez iniciado el raid, los asaltantes atacan preferentemente a individuos aislados, sobre todo si son jóvenes, o a grupos muy inferiores numéricamente. Cuando las cosas están equilibradas, es frecuente que el ataque se aborte. Este estilo también es característico de las guerras entre cazadores-recolectores, donde las “batallas” son algo bastante más infrecuente que las simples emboscadas. Lo que no estaba demasiado claro hasta ahora era la motivación de estos ataques ¿Qué pretenden conseguir los atacantes, hembras o territorio?
Un artículo reciente publicado en Current Biology parece inclinar la cuestión hacia esto último. Los investigadores realizaron un meticuloso seguimiento de un grupo de chimpancés en el  Parque Nacional Kibale (Uganda) durante casi 10 años. Comprobaron, que los machos atacaban ferozmente a las hembras que se encontraban en su camino y que las supervivientes nunca se integraron en el grupo vencedor ni se aparearon con ellos. Además, la mayoría de los incidentes se produjeron en una zona “fronteriza” entre dos grupos. De manera que la motivación parece más inmobiliaria que sexual. Sin embargo, al aumentar su territorio y sus recursos alimenticios, es esperable que los machos vencedores atraigan más hembras y se reproduzcan más.
Los datos también indican que los chimpancés son incluso más belicosos que las tribus humanas más belicosas, a juzgar por la frecuencia de asesinatos. El equipo de Mitani encontró una frecuencia de homicidios un 50% superior a la encontrada en sociedades agrícolas pre-estatales, y unas 17 veces superior que las típicas de los cazadores-recolectores. Aunque no conviene generalizar. Es posible que el grupo de Kibale sean equivalentes a los jíbaros entre los chimpancés.
Está claro que la guerra en los humanos tiene profundas raíces biológicas. Eso no quiere decir que sea algo aceptable ni inevitable, pero sí que el condicionamiento de la conducta tiene que trabajarse a tope para mantenernos en un estado de relativo pacifismo.
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* Curioso efecto secundario del botox
Según la sabiduría popular “la cara es el espejo del alma”, de modo que un rostro alegre y risueño debe corresponderse con una mente positiva y sociable. Sin embargo, los psicólogos están encontrado pruebas que las cosas también funcionan en sentido contrario. Es decir, si uno mantiene la sonrisa, los músculos faciales informan al cerebro de que estás sonriendo y eso refuerza los sentimientos positivos, hasta que acabas sonriendo de verdad. Y algo parecido podría ocurrir al revés: si uno mantiene la “cara de perro” un tiempo suficientemente largo, acaba alimentando sentimientos negativos y convirténdose en un “sieso, esquinado, asocial”.
Esta interesante hipótesis es la que se ha lanzado a contrastar el equipo de psicólogos de Arthur Glemberg, de la Universidad de Wisconsin-Madison en un trabajo en la revista Psychological Science. Los resultados parecen apoyar la idea de que un rostro inexpresivo dificulta entender las emociones negativas.
El trabajo ha ideado un dispositivo experimental realmente ingenioso, beneficiándose del uso generalizado últimamente de la toxina boltulínica (vulgo botox) en los tratamientos de belleza. Es sabido que esta sustancia -terriblemente tóxica- tiene la propiedad en ínfimas dosis de eliminar temporalmente las arrugas de la piel, debido a su capacidad de paralizar los músculos. También es sabido que las personas que se someten  a estos tratamientos suelen mantener un semblante  inexpresivo hasta varios meses después, dada su incapacidad de mover los músculos faciales.
Esta circunstancia resulta perfecta para investigar las relaciones entre músculos faciales y circuitos cerebrales relacionados con la emoción. Los investigadores sólo tenían que localizar a un grupo de botulinizados o, más fácilmente, botulinizadas, y convencerlas para que participasen en un pequeño experimento. Así, las voluntarias no presentaron ninguna diferencia respecto al grupo control (ellas mismas antes del tratamiento) en sus capacidades lingüísticas o cognitivas excepto en un campo específico: resultaron tener mayor dificultad para reconocer emociones negativas, pero no las positivas. Durante el experimento, las voluntarias tenían que leer 20 frases “alegres”, 20 “tristes” y 20 “agresivas”, y debían pulsar un botón en el momento en que las habían entendido.
La diferencia era pequeña, pero estadísticamente significativa. Algunos psicólogos opinan (y esto es una opinión) que tales diferencias pueden tener consecuencias importantes en la vida real, donde las personas tenemos que emplearnos a fondo para seguir las sutilezas de una conversación normal. Si los botulinizados tienen también una especie de anestesia emocional, eso les pondría en desventajas en derterminadas situaciones, p.e. en una discusión de tráfico.
No cabe duda de que el don de  eterna juventud tiene un precio. Personalmente, prefiero el método tradicional de vender tu alma al diablo.
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* Descubierta una nueva “especie” afín al Neanderthal

Denisovianos (o denisovanos). Ese es el nombre que se ha asignado a esta nueva especie? descubierta en la cueva de Denisova, en las montañas Altai, al sur de Siberia. El hallazgo ha sido publicado en la revista Nature por el archiconocido equipo de Svante Pääbo (y otros colaboradores) del Instituto Max-Planck. Según este trabajo, los denisovianos fueron una especie cercana al Nenderthal que habitó en zonas del centro y este de Eurasia hasta una fecha tan cercana como 30.000 años.
Muy pocos restos han sido encontrados hasta la fecha; tan sólo un molar (de un adulto) y un meñique (de una niña), así que de momento es imposible ponerle cara a este nuevo miembro de nuestra familia. Sin embargo, se ha podido purificar DNA a partir del dedo y se ha obtenido una secuencia del genoma completo, que tiene una calidad bastante buena. Los análisis genéticosindican que la poseedora del meñique tenía una cercanía genética con el neaderthal mayor que la nuestra. El árbol filogenético de la figura adjunta nos muestra a los denisovianos como una especia hermana del Neanderthal
Sin embargo, el descubrimiento más sorprendente se produjo al comparar cuidadosamente las secuencias comunes entre el genoma denisoviano y los humanos modernos. Los datos indican sin lugar a dudas que se produjo un intercambio de material genético entre éstos y algunas poblaciones de humanos modernos, cuyos descendientes habitan en la actualidad en Nueva Guinea. Esta situación es paralela a la que ocurrió con los neanderthales, los cuales también tuvieron intercambiaron material genético con los humanos modernos en Europa Occidental. Se calcula que una pequela parte del genoma de los europeos (1-4%) proviene del neanderthal.
En definitiva, la hipótesis out of Africa, según la cual se produjo un desplazamiento de las especies humanas que habitaban Eurasia por los humanos modernos procedentes de Africa, parece que es un poquito más complicada. Al menos en dos ocasiones, los humanos modernos pillaron genes de dos especies pre-establecidas en Eurasia. No puede descartarse que haya otros parientes en nuestro álbum de familia por descubrir.
Los autores del trabajo prefieren no entrar en la polémica de si se trata de una especie diferente del neanderthal o no, amparándose en que ya hay bastante discusión sobre si los neanderthales constituyen una especie diferente a la nuestra. ¡Démos la bienvenida a nuestros primos denisovianos!
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* Efectos negativos de la lactancia materna (exclusiva y prolongada)

No hay duda de que ser padre primerizo es un periodo de constante zozobra. De repente, te encuentras con una pequeña gran responsabilidad para la cual obviamente no estás cualificado. No importa que te hayas preparado concienzudamente y que hayas leído algún libro al respecto (puede ser peor, incluso). Al final, las cosas no son como dicen los libros y siempre te encuentras en la necesidad imperiosa de tomar decisiones en tiempo real sin tener el conocimento adecuado para ello.
Buena parte del problema son los demás. Particularmente, amigos y parientes. Mientras tú te debates en tu ignorancia, parece que a todo el mundo le sobra información y todo el mundo sabe lo que hay que hacer al respecto. Por supuesto, no lo saben. Las opiniones cualificadas suelen venir respaldadas por frases como “Mi abuela lo hacía así” o “Me lo dijo una amiga”. Recuerdo que esta proliferación de consejos no pedidos me resultaba particularmente irritante, hasta llevarme al sarcasmo. ¿Y tú en qué Universidad has estudiado pediatría?
Naturalmente, la crianza de los niños está lejos de ser una ciencia exacta y muchos de los consejos y recomendaciones, incluso los procedentes de fuentes cualificadas, no están basadas en la evidencia experimental sino más bien en la experiencia profesional del médico, aunque en la mayoría de los casos no resultan obviamente perjudiciales.  Esto se debe, en buena parte, a que realizar experimentos con humanos de poca edad resulta muy difícil por imperativos éticos y legales. De manera que la evidencia suele ser particularmente escurridiza en estas cuestiones. Y si los padres preguntan al pediatra, éste tiene que contestar con un cierto aire de seguridad (por el bien de todos). Con esto no estoy criticando particularmente a los pediatras, que generalmente lo hacen lo mejor que pueden. Me limito a afirmar sinplemente que un buen número de consejos médicos (en pediatría y otras especialidades) no están basados en evidencia experimental.
Justamente, lo que han hecho los autores de un artículo publicado recientemente en el British Medical Journal ha sido revisar los estudios disponibles acerca de un tema objeto de largas controversias en el pasado: la convenciencia de la lactancia materna. Me apresuro a comentar que el artículo no pone en cuestión los beneficios de esta práctica en sí. Todo los contrario, los autores insisten que dichos beneficios están bien documentados y no constituyen el tema de su investigación. Lo que sí ponen en duda son los beneficios de la lactancia materna exclusiva y prolongada hasta los 6 meses, frente a la alternativa de introducir otros alimentos de forma paulatina a partir del cuarto mes. Esta segunda opción, en opinión de los autores del artículo, es más favorable.
La cuestión es que la OMS recomienda oficialmente la lactancia materna exclusiva hasta los seis meses y esta es también la recomendación oficial en Reino Unido, aunque el 65% por de los países occidentales (incluido Estados Unidos) decidió no sumarse, al parecer con buen criterio. Después de revisar los estudios disponibles, los autores señalan que los niños en lactancia exclusiva tienen un mayor riesgo de anemia debido a que el hierro es un elemento relativamente escaso en la leche;  y la falta de hierro tiene efectos adversos en el desarrollo del infante. También señalan un mayor riesgo en el desarrollo de alergias y de enfermedad celiaca. Al parecer, existe una ventana en el desarrollo (4-6 meses) en la que la exposición paulatina a alergenos disminuye la posibilidad de padecer alergias en el futuro.
Más frecuente (pero también generalmente menos grave ) es el hecho de que generalmente la madre no produce suficiente leche para satisfacer las necesidades calóricas del bebé durante tanto tiempo. Típicamente, los bebés protestan enérgicamente por esta situación y los padres suelen llegar a la conclusión de que necesitan más comida.
Los autores proponen, por tanto, la introducción paulatina de otros alimentos a partir del cuarto mes, aunque reconocen que las circunstancias pueden ser muy diferentes en distintos países. Por ejemplo, puede ocurrir que los alimentos disponibles para los bebés no resulten seguros desde el punto de visto microbiológico o nutritivo. Si el agua puede provocar disentería en adultos, quizá sea mejor que el bebé siga con lactancia materna el mayor tiempo posible.
Si algún padre primerizo y acongojado lee esto lamento no poder darle más información que la del propio artículo. Para bien o para mal no soy pediatra y mis hijos dejaron de tomar biberones hace bastantes años. Entiendo su zozobra y me solidarizo con  su “típico estado de confusión”, pero por desgracia no puedo ayudarles. Léanlo y apliquen su criterio.
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* El árbol de la vida
La imagen muestra el primer árbol filogenético de la Historia, garabateado por el propio Darwin en su cuaderno. La idea del ‘árbol de la vida’ es una de las grandes aportaciones de Darwin a la Biología y tiene una base intuitiva cuando consideramos, por ejemplo, que los caballos se parecen más a los burros que a las ballenas, y evidentemente, es posible clasificar a los seres vivos en grupos atendiendo a sus similitudes. En la actualidad puede parecer obvio que esta idea nos lleva a pensar que todos los seres vivos, desde los rodaballos a los presidentes de gobierno, deben descender de un antecesor común. En cambio, los naturalistas de aquella época no pensaban de esta manera. Reconocían, eso sí, que los seres vivos podían agruparse por características morfológicas y a este empeño dedicaron bastantes esfuerzos, pero no interpretaban que el grado de similitud entre dos especies se debiera a un origen común, o más exactamente, al mayor o menor tiempo transcurrido desde que se produjo la divergencia evolutiva entre ambas especies. Hoy día estamos tan acostumbrados a ver los diagramas ‘en forma de árbol’ que representan la historia evolutiva que nos resulta difícil imaginarnos cómo podía pensarse de otra forma, pero  la idea no era ni mucho menos evidente en aquella época.
Aunque la idea del antecesor común de todos los seres vivos en uno de los pilares de la Teoría Evolutiva, ha habido algunas especulaciones recientes (sobre todo entre los microbiólogos) sobre hipótesis alternativas. Dado que los microorganismos intercambian genes con relativa facilidad, es posible que entre las primeras formas de vida se hubiera dado este intercambio. En tal caso, no tendría exactamente un antecesor común, sino un cierto número de ellos. Esta hipótesis ha sido contrastada de forma rigurosa por métodos computacionales por Douglas Theobald, en un artículo publicado en Nature el pasado 13 de mayo.
Theobald comparó las secuencias de 23 proteínas en 12 especies, que incluían bacterias, arqueas y eucariotas, y analizó los árboles filogenéticos resultantes con diferentes métodos estadísticos. Todos los modelos indicaron que la hipótesis del antecesor único era mucho más probable que la de diversos antecesores. El estudio sugiere que aunque la vida pudo originarse en la Tierra muchas veces, sólo uno de estos eventos primordiales resultó ser el antecesor común de todos los organismos vivos que conocemos. No es imposible, sin embargo, que algún día se encuentre un microorganismo que se salga de esta pauta y que sería descendiente de otra “célula primordial”.
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* El código de barras de la vida


Aunque no puedo considerarme un biólogo de campo, puedo identificar la mayoría de las plantas comunes, así como la gran mayoría de las aves, siempre que no saquen muy lejos de mi pueblo. Por el contrario, en mis (escasos) viajes a zonas tropicales me he sentido totalmente perdido y abrumado por la ingente biodiversidad que no podía identificar. Al parecer, incluso los expertos que trabajan en zonas tropicales se sienten así; a pesar de acumular un conocimiento ingente, la biodiversidad natural les sigue sobrepasando.
Parece lógico que los biólogos estén buscando una forma rápida y fácil de identificar cualquier ser vivo en este planeta. Y la analogía obvia es el código de barras. Con este aparentemente simple artefacto es posible identificar al instante cualquier objeto de un supermercado ¿No se podría construir algo así para los seres vivos?
El aparatito, un poco al estilo de las películas clásicas de ciencia ficción, no dejaría de tener alguna utilidad práctica. Podríamos visualizarlo como una especie de teléfono móvil con una pequeña entrada por la que se introduce una muestra biológica de cualquier tipo. Segundos después nos responde con el nombre y la información básica del animal, planta o microorganismo correspondiente. Si me pica una garrapata en Estados Unidos, tendré interés en saber si esa especie transmite o no la enfermedad de Lyme. Si encuentro una muda de serpiente en mi casa en Australia, necesitaré saber si es una especie venenosa. Más aun, el inspector de aduanas podría decir si determinada partida contiene una planta invasora o una plaga potencial.
La fabricación de un aparato así no está tan lejos de lo que podría pensarse, gracias a una inciativa denominada BOLD Systems (Barcode Of Life Data) y su mayor adalid es Paul Herbert de la Universidad de Guelph en Canada. La idea básica es escontrar un sólo gen presente en todas las criaturas vivas que posea  la “cantidad adecuada” de variación. Bastaría entonces secuenciar dicho gen y podríamos deducir directamente la especie correspondiente. El gen que ha propuesto Herbert y colaboradores es el de la citocromo c oxidasa (COI) mitocondrial. Este grupo de investigadores ha estudiado esta secuencia en más de 13.000 especies de animales en las bases de datos y han llegado a la conclusión de que la divergencia dentro de la misma especie es menor del 1% mientras que entre especies distintas es mayor de 2%. Esto permite trazar una línea clara entre ambos casos.
El cacharro Identificador Automático Universal de Especies (marca ACME), aunque parezca algo fantástico, no es la parte más difícil del proyecto y al parecer, ya hay algunas compañías trabajando en ello. La parte más difícil está en construir la base de datos, es decir, en obtener de forma sistemática la secuencia COI en, literalmente, millones de muestras biológicas “bien clasificadas”. Se tratade un esfuerzo considerable y la idea no deja de tener sus detractores. Algunos expertos afirman que en la práctica habría muchas situaciones en las que el barcoding daría un resultado incierto. Otros señalan el alto coste que tendría el proyecto.
Lo que sí es cierto es que en campos donde es casi imposible emplear caracteres morfológicos para consturir taxonomías, p.e. hongos o bacterias, una estrategia de tipo barcoding se está imponiendo. Por ejemplo, en los hongos se emplean fundamentalmente dos “genes” ITS (realmente un fragmento intermedio entre genes de RNA) y el de la beta tubulina. En taxonomía bacteriana se suele emplear el RNA ribosómico 16S, (al que tampoco le faltan detractores).
En cualquier caso, creo que una iniciativa de este tipo justifica su coste, por el avance que supondría en la catalogación de la biodiversidad en el planeta, en el que se calcula que habitan 10 millones de especies sólo de animales. Muchas se están extinguiendo antes de que lleguemos a saber de su existencia.
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* ¿El dinero da la felicidad?
De acuerdo con la información disponible, la respuesta es: sí pero hasta cierto punto. Observemos al mapa (adjunto) de la distribución mundial de felicidad, del instuto Gallup. Está basado en una amplia encuesta mundial en la que se evaluaba el nivel de auto-satisfacción. El mapa coincide, en primera aproximación, con la distribución mundial de la riqueza. Consistentemente, los ciudadanos de los países más pobres declaran ser menos felices que los de los más ricos. Análogamente, dentro de cada país, los ciudadanos más pobres reportan menores niveles de sentimientos positivos y felicidad en general. Esto no puede causar demasiada extrañeza. El hecho de ser pobre está directamente relacionado con mayor frecuencia de enfermedades diversas y menor esperanza de vida y muchas cosas más, en general poco agradables (aunque este tema será tratado en el futuro con el detalle que merece).
Sin embargo, una vez que nuestras necesidades básicas están cubiertas, el dinero no parece tener una contribución importante a nuestra felicidad. Por ejemplo, el siguiente gráfico nos muestra que la renta per capita se duplicó entre 1975 y 2005, pero  el nivel de felicidad se mantuvo constante. Los datos del gráfico se refieren a Reino Unido, pero se han relaizado estudios semejantes en otros países con resultados similares.
Es posible, incluso que el nivel económico esté inversamente relacionado con la felicidad. Jordi Quoidbach, de la Universidad de Lieja, realizó el siguiente experimento: le pidieron a un grupo de voluntarios que probaran una tableta de (excelente) chocolate; resultó que los individuos con mayor nivel económico dedicaron menos tiempo a saborear el chocolate y declararon, posteriormente, un menor nivel de satisfacción con la experiencia. En otro experimento, “primaron” a los voluntarios con imágenes relativas al dinero y luego realizaron la ya descrita experiencia del chocolate; la conclusión fue que la mera explosición al vil metal disminuye la capacidad de gozar los pequeños placeres de la vida (Quoidbach, J., Dunn E.W., Petrides, K.V., & Mikolajczak, M. (in press). Money giveth,
money taketh away: The dual effect of money on happiness.
Psychological Science). Como decía Pablo Picasso, me encantaría vivir como un hombre pobre, pero con mucha pasta.
¿Influyen los genes en la felicidad? Eso parece, ya que los estudios han encontrado que aproximadamente el 50% de las variaciones individuales en el grado de felicidad es atribuíble a los genes. Sin embargo, esto no excluye que los facotres ambientales  cuenten. En un estudio muy reciente realizado (doi 10.1073/pnas.1008612107)  por el equipo de Bruce Headey, de la Universidad de Melbourne (Australia), se encontró que había 3 factores que tenían una influencia notable en el nivel de felicidad. El primero es el nivel de neuroticismo de tu pareja, factor definitivamente negativo que al parecer puede amargar la vida de la otra persona mientras la relación dure. El segundo es el hecho de tener fuertes sentimientos religiosos; las personas que atendían regularmente a los oficiosos religiosos se declararon más felices. El tercero es el peso corporal, aunque curiosamente sólo en el caso de las mujeres. El exceso de peso parece ser un factor de tormento psicológico para ellas. En cambio, los hombres gordos resultaron tan felices como el resto (al menos en este estudio). Conviene indicar que los dos últimos factores no están exentos de influencia genética, siendo esta muy alta para el peso corporal y menor pero significativa para el nivel de fervor religioso.
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  El gen de la sonrisa
“¡Tienes los mismos gestos que tu padre!” Me decía mi abuela con cierta frecuencia. Y la verdad es que nunca le di mucho crédito a la pobre. En parte porque no consideraba a mi abuela como una alta autoridad académica y en parte porque en aquella época –en los años 60 del pasado siglo- (casi) todo el mundo pensaba que los gestos eran algo aprendido, como el idioma que uno habla, y que no tenían nada que ver con los genes. Esta creencia (que las expresiones faciales son resultado exclusivo de la transmisión cultural) es una piedra más en la negación de la naturaleza humana que caracterizó a la segunda mitad del siglo XX, y en la que seguimos instalados en buena parte
Lo dicho hasta ahora no implica negar que muchos gestos constituyen convenciones culturales y que tienen significados distintos en diferentes países. Las consecuencias de estas diferencias pueden ser embarazosas. Una amiga me contó una situación bastante violenta, y al mismo tiempo divertida, cuando estaba organizando un encuentro entre empresarios japoneses y españoles. En un momento dado, trató de llamar discretamente la atención de uno de los invitados japoneses por el conocido método de mover de adelante a atrás el dedo índice extendido. Por lo visto, este es un gesto completamente obsceno en Japón.
Sin embargo, las expresiones faciales parecen ser harina de otro costal. El propio Darwin (que aparentemente estuvo reflexionando sobre casi todo) sostenía firmemente que éstas eran innatas. Entre otras líneas de evidencia, Darwin se basó en experimentos realizados con uno de sus hijos de corta edad y su cuidadora. Ésta simuló que estaba llorando y la criatura adquirió instantáneamente una expresión de infinita tristeza. Darwin recopiló estas investigaciones en un libro “La expresión de las emociones en el hombre y los animales” (Darwin, 1888). Un libro, desde luego mucho menos conocido que “El origen de las especies”. El razonamiento de Darwin se basaba en que los gestos faciales que expresan emociones básicas son muy parecidos en culturas muy diferentes (incluso en culturas que apenas han tenido contacto con el exterior); asimismo, también son muy parecidos en niños de corta edad y, tal vez la prueba definitiva, en personas ciegas de nacimiento. Darwin procuró bastantes datos en este sentido, por lo que su hipótesis debería haber sido, al menos, “admitida a trámite”. Y sin embargo, no lo fue. Por ejemplo, el famoso antropólogo Ashley Montagu sustentaba la opinión contraria (Montagu, 1968) (por cierto, sin ofrecer prueba alguna, a favor de la hipótesis del aprendizaje).
Durante más de 30 años, Paul Ekman y Wallace Friesen, se han dedicado a explorar de forma muy minuciosa la hipótesis de Darwin sobre el carácter innato de las expresiones faciales. A lo largo de los años, estos investigadores han recogido miles de fotografías y otros documentos gráficos, hasta elaborar un completísimo atlas de las expresiones faciales humanas en diferentes ambientes culturales (Ekman and Friesen, 1975; Ekman et al., 1972). Tal vez el estudio más convincente de todos sea uno realizado con los kukukuku, una belicosa tribu de Nueva Guinea que no había tenido prácticamente ningún contacto con otras civilizaciones (según parece, Ekman y Friesen trabajaron con una película filmada por otro investigador). La conclusión parece firme: las expresiones faciales que representan emociones básicas son muy similares en todas las culturas. Esto sugiere de manera insistente que este carácter está gobernado por los genes y que tiene relativamente poca influencia de factores culturales.
La guinda de esta historia la ha puesto un trabajo  publicado por G. Peleg y sus colaboradores de la universidad de Haifa (Israel) (Peleg et al., 2006), en el cual han encontrado pruebas de que las expresiones faciales de individuos emparentados son, de hecho, más similares que entre la población general. Aunque los autores comienzan reconociendo que las expresiones faciales son básicamente universales, un estudio computerizado de las expresiones permite obtener una especie de “firma facial”, lo que a su vez, permite comparar el grado de similitud entre gestos realizados por diferentes personas. Expresado poéticamente, el programa permite decir si tu sonrisa y la mía se parecen. Una vez que tenían un método para analizar las diferencias individuales en las expresiones faciales, los investigadores lo aplicaron a personas ciegas de nacimiento, por lo cual era sumamente improbable que hubiesen “aprendido” los gestos por imitación, y las compararon con las de sus parientes y las de la población no emparentada. Los investigadores analizaron las denominadas seis expresiones básicas: sorpresa, alegría, asco, enfado, tristeza y pensamiento concentrado. El análisis estadístico demostró que las expresiones faciales entre los parientes eran significativamente más parecidas, lo cual implica que han sido heredadas genéticamente, lo que significa que debe habe genes implicados en la determinación de este carácter. Dios mío: ¡Mi abuela tenía razón!
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* El psicoanálisis no es ciencia
El psicoanálisis ha perdido prestigio en círculos académicos en las últimas décadas, de forma silenciosa pero inexorable. No obstante, las teorías psicoanalíticas preconizadas por Freud y sus seguidores han tenido una enorme difusión y mantienen un notable grado de credibilidad en amplios sectores, aparte de que siguen siendo la base de una forma lucrativa de ejercicio profesional. Dejando aparte el hecho de que algunos pacientes se hayan podido  beneficiar de las terapias derivadas, es importante destacar que el psicoanálisis NO es ciencia. Sencillamente, porque ignora las  principales premisas de la ciencia: 1) que las hipótesis hay que contrastarlas experimentalmente; 2) que una hipótesis sólo vale el peso de la evidencia experimental a su favor; y 3) que las hipótesis que no son contrastables no valen para nada. En palabras del filósofo Mario Bunge: “El Psicoanálsis es la Psicología de los que no se han molestado en estudiar Psicología”.
Para empezar, las teorías psicoanalíticas no son el resultado de una investigación sistemática sino que fueron simplemente inventadas por Freud y sus seguidores a partir de las conversaciones mantenidas con sus pacientes. En sus 110 años de historia, el psicoanálisis no ha puesto en marcha ningún laboratorio de investigación experimental y sus seguidores se encuentran totalmente al margen de la comunidad científica. La marginalidad es un rasgo que comparte con otras pseudociencias, como la homeopatía.
Muchas de las teorías freudianas son  imposibles de contrastar, bien porque son demasiado vagas o porque están formuladas de forma que resulten irrefutables. Por ejemplo, la afirmación de que “los sueños siempre tienen un contenido sexual” es imposible de refutar porque: a) si tienen un contenido sexual evidente no hace falta seguir y, b) si no lo tiene basta invocar la idea de que dicho contenido está reprimido. Otras teorías son patentemente absurdas y han sido claramente refutadas: el complejo de Edipo es un mito (los niños no odian a sus padres porque quieren acostarse con sus madres), las mujeres no tienen “envidia de pene”, la esquizofrenia no está causada por “cuidados maternales inadecuados” dispensados por “madres esquizogénicas”. La idea de que el comportamiento de los padres, particularmente de la madre, son la fuente de muchos (si no todos) los problemas psicológicos tampoco está soportada por los datos. El autismo y la esquizofrenia son enfermedades de etiología desconocida hoy por hoy, pero que tienen un fuerte componente genético (culpabilizar a las madres no sólo es científicamente incorrecto sino moralmente inaceptable).
Las dos principales herramientas del psicoanálisis son la “interpretación de los sueños” y la “libre asociación”. Ninguna de las dos tiene la menor validez científica, dado que resulta imposible comprobar si las interpretaciones (suministradas por el psicoanalista) son ciertas o no.  La idea básica de que “el inconsciente es un reservorio de memorias traumáticas que influyen constantemente en muestra conducta”, carece de apoyo empírico. Lo que naturalmente sí puede ocurrir es que algunos traumas infantiles tengan consecuencias negativas en el individuo adulto (aunque hay bastante evidencia de que no todos los niños que sufren abusos acaban teniendo problema psicológicos).
Las teorías psicoanalíticas de Freud constituyen un conjunto de axiomas incontrastables y dogmáticos. No es de extrañar que esta disciplina haya permanecido estancada, a diferencia de  la psicología científica. Resulta difícil  explicar por qué esta teoría ha gozado, hasta hace poco de respetabilidad científica. No obstante, algunos de sus adherentes insisten en que la psicoterapia derivada del psicoanálisis (denominada hoy día terapia psicodinámica) tiene efectos positivos en los pacientes. Pero ¿funciona realmente? De eso hablaremos en el próximo post.
NOTICIAS SOBRE CIENCIA (DE PABLO RODRIGUEZ PALENZUELA)




* El veredicto del dodo (¿funciona la psicoterapia?)
Uno de los primeros en cuestionar la eficacia de la psicoterapia fue el psicólogo alemán (afincado en Inglaterra) Hans Eysenck (Eysenck 1952). Este investigador recopiló los trabajos publicados hasta el momento y concluyó que aproximadamente el 60% de los pacientes sometidos a psicoterapia experimentaban alguna mejora; no obstante, entre los pacientes no tratados, aproximadamente el 70% mostraba una mejoría espontánea. De acuerdo con este estudio, la psicoterapia no tendría ningún efecto curativo.
Sin embargo, estudios posteriores contradicen el trabajo de Eysenck, el cual aparentemente sobrestimó la mejoría espontánea en pacientes no tratados . En un meta-análisis en el que se incluían 475 estudios y 25.000 pacientes se concluía que “el paciente medio que recibe psicoterapia se encuentra al final del tratamiento mejor que el 80% de los pacientes que no la reciben” (Smith et al., 1980). Otros estudios más recientes confirman las conclusiones de este trabajo y no las de Eysenck  (Andrews y Harvey, 1981; Landman y Daves, 1982).
Una de las cuestiones más debatidas ha sido (lógicamente) cuál de las diferentes tendencias o escuelas de psicoterapia funciona mejor. La mayoría de los estudios arroja el (sorprendente) resultado de que todos los tipos de psicoterapia son igualmente efectivos. Este fenómeno es conocido como el veredicto del dodo, en alusión a un pasaje de Alicia en el País de las Maravillas (Al finalizar la carrera, el dodo declara: todo el mundo ha ganado y todos deben tener premio).
Cómo es posible explicar que métodos psicoterapúticos basados en supuestos tan diferentes como la terapia psicodinámica (de orientación psicoanalista) y la cognitiva-conductual (de inspiración conductista) sean igualmente eficaces. Un factor explicativo puede ser el efecto placebo, del cual existen abundantes pruebas. Sin duda, el efecto placebo hace difícil evaluar la eficacia de estos tratamientos en mayor medida que al evaluar el efecto de un fármaco. En un estudio clínico ideal, el paciente no debería ser capaz de distinguir entre el fármaco en cuestión y el placebo; obviamente, esto es imposible de conseguir en el caso de la psicoterapia.
Un ejemplo. La figura adjunta muestra los resultados de un estudio efectuado con 279 pacientes deprimidos después de recibir terapia cognitiva (rojo), interpersonal (verde), el antidepresivo tofranil (azul) o píldoras placebo (amarillo). Los resultados mostraron que al cabo de 4 meses todos los pacientes tratados estaban mejor que el placebo (Gibbons et al. 1993).
Otros factores pueden estar operando. Por ejemplo, se ha argumentado que el hecho mismo de hablar regularmente con un terapeuta experimentado puede tener efectos positivos  (independientemente del tipo de terapia). Los críticos de la psicoterapia han señalado que se podría obtener un efecto similar, simplemente hablando con una persona de confianza.
Una posibilidad importante, que los meta-análisis no pueden discernir, es que cada forma de terapia resulte particularmente apropiada para cierto tipo de pacientes, siendo irrelevante o incluso perjudicial para otros. El veredicto del dodo sería entonces una consecuencia de agrupar los resultados de todos los pacientes en un mismo estudio. Por ejemplo, se ha visto que la terapia psicodinámica está contraindicada para pacientes de esquizofrenia.
¿Es posible concluir algo? En mi opinión, los estudios indican claramente que las distintas formas de psicoterapia pueden ayudar, independientemente de la mayor o menor solidez de sus fundamentos teóricos. Incluso si la mejoría se debe exclusivamente a una combinación de placebo y apoyo personal. Después de todo, el objetivo de la terapia es ayudar a los pacientes y no avanzar en el conocimiento. Además, muchas veces no es fácil conseguir ni algo que funcione como placebo ni a una persona de confianza con quien hablar, por lo que sin duda, la psicoterapia no debe descartarse como opción.
Por otro lado, debe tenerse en cuenta que la mayoría de las formas de psicoterapia representan una inversión considerable en tiempo y dinero (en general, no están cubiertas por los seguros médicos o los sistemas públicos de salud).
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Fleming no descubrió la penicilina
 
Supongo que esto suena un poco raro, ya que todo el mundo sabe que Fleming descubrió la penicilina, haciendo un gran servicio a la humanidad, y que por eso tantas ciudades del mundo han dedicado un calle al gran benefactor. Sin embargo, investigadores fiables han señalado sin lugar a dudas que la figura de Fleming es en realidad un mito creado por los medios de comunicación. Lo que sí descubrió Alexander Fleming es que una cepa del hongo Penicillium notatum era capaz de inhibir en una placa de Petri el crecimiento de espafilococos; un descubrimiento importante y necesario para que años después un equipo de investigadores de Oxford descubriera realmente este antibiótico, haciendo con ello (ahora sí) un gran servicio a la humanidad.
En julio de 1929, Alexander Fleming se encontraba en su laboratorio del Hospital St Mary en Londres, estudiando las propiedades de una proteína con porpiedades moderadamente antibacterianas: la lisozima. Todo indica que su laboratorio no cumplía los requisitos de limpieza y orden necesarios para la investigación microbiológica y de aquí que se produjera una contaminación de una placa de Staphilococus con una rara cepa de Penicillium procedente de un laboratorio vecino. Fleming observó la placa contaminada e, indolentemente, la dejó encima de la mesa (en vez de destruirla como dice el protocolo) y abandonó la ciudad durante unos días. En ese periodo, las temperaturas en Londres fueron al principio inusualmente bajas, lo que favoreció el desrrollo del hongo, el cual resulto ser capaz de producir grandes cantidades de antibiótico. Más adelante, las temperaturas subieron y cuando la bacteria empezó a crecer los efectos del antibiótico se hicieron patentes. A su regreso, Fleming observó el fenómeno y dedujo, acertadamente, que había una sustancia producida por el hongo capaz de matar a la bacteria. Sin duda, una buena observación pero difícilmente una proeza intelectual.
Sin embargo, Fleming no fue capaz de purificar y estudiar dicha sustancia. Durante unos meses, estuvo investigando con los efectos antisépticos de los lisados del hongo, útiles como antiséptico . Publicó un trabajo, pero pronto abandonó esta línea ya que la idea prevalente entoces es que las sustancias antibióticas eran demasiado tóxicas para ser empleadas directamente en humanos. La pencilina tendría que dormir el sueño de los justos durante 10 años para ser descubierta.
Howard Walter Florey era un joven y brillante Professor of Pathology en la Universidad de Oxford. En plena GuerraMundial,  Florey y sus colaboradores estaban estudiando la muy candente cuestión de encontrar sustancias que pemitieran controlar las infecciones y se interesaron por los trabajos de Fleming sobre la lisozima. Esto los llevó al trabajo de la penicilina. ..y decidieron que era una idea prometedora. Probablemente el gran mérito de Florey fue el de crear y mantener unido a un gran equipo. En él se encontraba Ernst Boris Chain, un experto en química orgánica alemán refugiado en Inglaterra, así como Norman George Heatley, sin duda el más olvidado de los descubridores del antibiótico. Estos tres investigadores, Florey, Chain y Heatley fueron los que acometieron la tarea. Chain era el experto en purificar moléculas orgáncias. Heatly tenía el cometido de cultivar grandes cantidades del hongo y Florey estaba a cargo de los experimentos biológicos y de conseguir fondos para la investigación. A estos tres hay que añadir un pequeño ejército de ayudantes, estudiantes y becarios, los cuales convirtieron el laboratorio en una especie de fábrica en la que trabajaban, haciendo turnos, las 24 horas. La penicilina no es un compuesto demasiado estable y la tarea debió resultar realmente difícil.
En mayo de 1940 consiguieron una cantidad  suficiente para hacer un ensayo con 8 ratones a los que se había inoculado previamente el estreptococo. A pesar de lo limitado del ensayo, los resultados fueron lo suficientemente prometedores como para continuar la investigación. En febrero de 1941 realizaron el primer ensayo en humanos: un policía de Oxford, Albert Alexander, gravemente enfermo de septicemia, al haberse infectado la herida producida por una espina de rosal. Albert se encontraba en un estado lamentable y sufría enormemente. Pero al quinto día de tratamiento la fiebre desapareció y su estado era francamente mejor. Por desgracia, para entonces la reserva de penicilina se había agotado y la salud de Albert volvió a empeorar, muriendo poco después. Irónicamente, esta tragedia personal puso de relieve la correlación entre tratamiento antibiótico y mejoría, por lo que se redoblaron los esfuerzos por purificar más penicilina. A los pocos meses, otros cuatro pacientes recibieron en tratamiento exitosamente. Después, Florey viajó a Estados Unidos y convenció a una compañía farmaceútica para iniciar la producción a gran escala. La era de los antibióticos acaba de iniciarse.
En 1945, al acabar la Guerra, Florey, Chain y Fleming recibieron el Premio Nobel por el descubrimiento de la penicilina. Dado que este premio sólo se adjudica a un máximo de tres personas, parece lógico que la academia sueca quisiera reconocer el trabajo inicial de Fleming. Hasta aquí no hay problema. Pero a partir de ese momento, los nombres de Florey, Chain y su equipo desaparecen como por arte de magia y el mérito del descubrimiento se asigna exclusivamente al que menos había hecho: Fleming. Y así hasta ahora. Todo el mundo ha oido hablar de Fleming y muy pocos de Florey.
¿Por qué razón? Lo ignoro. Es posible que la imagen de un “verdadero” doctor trabajando en un hospital para salvar a sus pacientes resultase más reconfortante que un equipo de académicos armados de matraces y columnas de vidrio ¿Acaso el propio Fleming tuviera algo que ver en el “borrado” de los otros descubridores aprovechando una mejor “conexión” con la prensa?
Personalmente, encuentro que la imagen de un equipo de personas comprometidas en un trabajo ferozmente exigente es terriblemente atractiva (a parte de real en este caso). La ciencia moderna es un labor de equipo.
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